martes, 6 de diciembre de 2011

¿Y por qué dices que no puedes ir en bici al trabajo?

Para hacer algo es imprescindible querer hacerlo. Sin embargo, lo fácil es pensar en las dificultades que nos plantea nuestro objetivo, los escollos que encontraremos y las razones para decir "no". 

Que te cambien el centro de trabajo y te lo alejen a más de 30 kilómetros de casa no es plato de gusto. La primera impresión cuando te llega la noticia es de frustración, de desazón ante el gran cambio que se viene encima. Sobre todo cuando uno lleva casi quince años desplazándose al trabajo a pie. 

Aunque no lo parezca, en una gran ciudad como Madrid es posible este pequeño milagro; soy de los afortunados que siempre han podido moverse caminando, haciendo compatible el acompañar a mis hijas al colegio con un desplazamiento cotidiano de apenas 30 minutos hasta mi oficina. Y no sólo en mi actual empresa. También mis anteriores centros de trabajo (tres empresas antes de la actual) se encontraban a un radio de desplazamiento razonable, entre 15 y 40 minutos a pie. También iba en muchas ocasiones en bicicleta, con lo que el desplazamiento se quedaba en apenas diez minutos. 

Incluso para desplazamientos de este estilo hay personas que no saben hacerlos de otra forma que no sea en coche privado. Esta sociedad está montada sobre una serie de pilares que muy pocos se atreven a cuestionar; la preeminencia del coche privado y el derecho de cada cual a usarlo a su antojo es algo que jamás se discute. Más allá de consideraciones sociales en las que podría extenderme, como la valoración del daño que ocasionamos con nuestros coches en forma de contaminación, ruido y atascos, siempre me ha movido un interés mucho más egoísta, el simple objetivo de encontrarme bien conmigo mismo, y en ello, el desplazamiento cotidiano tiene una especial importancia. Hacer algún tipo de actividad física por la mañana, aunque sea simplemente caminar, es la mejor forma de sentir aire fresco, limpiar la mente y ordenar las ideas para comenzar el día, aparte de ser un innegable beneficio para nuestro bienestar físico. 

De repente, como decía, mi oficina pasó a estar en el otro extremo de la ciudad, casi a media provincia de distancia. A partir de una fecha concreta tendría que afrontar la nueva realidad, con un desplazamiento de más de 30 kilómetros, que nadie puede imaginar que pueda realizarse de otra forma que no sea el vehículo privado. 

Las expectativas, desde luego, no eran halagüeñas. Los primeros días desplazándome a las nuevas oficinas experimenté varias alternativas, ninguna de ellas plenamente satisfactoria, por la especial complejidad que suponía la ubicación de la empresa y la de mi vivienda:

 - En coche tenía que tomar la M-30 en un tramo de gran densidad hasta el túnel de Pío XII, para seguir por Sinesio Delgado y la A-6 (autopista de La Coruña). En total me llevaba unos 45 minutos de ida, y un gasto medio estimado de más de 6 euros diarios en combustible.

 - En Metro me suponía un largo trayecto de 40 minutos hasta la estación de Chamartín, más un tiempo de espera hasta la llegada de mi tren, seguido de un trayecto de 25 minutos en tren y finalmente una pequeña caminata desde la estación hasta mi empresa, unos 10 minutos a pie. En total, más de una hora y cuarto, con un coste de 5,40 euros diarios.

 - La opción de acercarme en autobús hasta Nuevos Ministerios para tomar allí el tren tampoco era muy atractiva, porque el trayecto por calles atascadas era aún más lento y variable, con el mismo coste económico que el Metro.

 - Pensar en hacer más de 30 kilómetros en bici, y otros tantos de vuelta, no parece razonable para ir a trabajar, por las circunstancias adicionales que supone, el hecho de llegar "sudado" al trabajo, etc... Desde el principio lo descarté.

 Vistas las alternativas que había, empecé a ir en coche al trabajo. Pero cada día me gusta menos conducir. La agresividad de los demás usuarios me agobia. La falta de respeto a los límites de velocidad, los súbitos cambios de carril, las prisas y la presión de algunos me hace sentirme torpe, por no hablar del riesgo cotidiano que todos asumimos como si fuera algo natural, pero que realmente no valoramos lo suficiente.

 Un día, animado por mis buenos amigos de Pedalibre, me planteé la opción de ir en bicicleta y tren de cercanías. De esta forma, el desplazamiento hasta la estación de tren se simplificaba mucho, evitando el metro o el autobús, y el trayecto desde la estación de tren hasta mi empresa era de apenas tres minutos cuesta abajo. En total, conseguí llegar a la oficina en 50 minutos (quizá 5 ó 10 minutos más que en coche), a un coste significativamente más bajo, de 1,30 euros por trayecto.


La experiencia fue gratificante. Hacía tiempo que no tenía tiempo de leer libros, y de repente volví a la lectura, motivado por el trayecto de tren, aunque fuera breve. Mis compañeros de trabajo me miraban con perplejidad. Alguien me llegó a decir aquello de "...claro, es que tú sí puedes, pero yo no..." y de repente se callaba al darse cuenta de que su vivienda estaba muy cerca de una de las estaciones de tren por las que yo pasaba, es decir, si él se decidiera por la misma opción, ¡¡tardaría la mitad que yo en desplazarse!! Pero es que la gente sólo ve lo que quiere ver.

Sin embargo, la verdadera motivación que rondaba mi cabeza desde hacía tiempo no era el mero desplazamiento al trabajo, sino una forma de mantener una cierta actividad física, y más concretamente orientada a hacer algo de bici entre semana, sin tener que esperar al fin de semana para entrenar. Una vez que hube asimilado el desplazamiento en bici y tren como algo normal, di un paso más y me llevé algo de equipamiento (casco, que no suelo usar cuando sólo pedaleo por ciudad, ropa de ciclismo para ir más cómodo, zapatillas, etc..), para hacer todo el trayecto de vuelta a casa en bicicleta, prescindiendo del tren.

La cosa no era nada sencilla, en una zona periférica pero masificada, dominada por grandes autopistas, cotos cerrados al tránsito como el Palacio de la Zarzuela y millonarias macrourbanizaciones cerradas por grandes vallas. Circular en bici por la A-6 era una empresa bastante arriesgada y lo quise evitar a toda costa. Después de varias rutas experimentales, conseguí encontrar la mejor forma de enlazar los pueblos de Las Rozas, Majadahonda y Aravaca por calles razonablemente ciclables, para entrar en Madrid por la Casa de Campo. Una vez depurada la ruta, vengo realizándola bastantes días, al menos uno o dos a la semana. Me supone un desplazamiento de unos 90 minutos (es decir, sólo "gasto" 45 minutos más que en coche, pero los invierto en entrenamiento), lo cual me permite mantenerme en forma y me sale muy, pero que muy barato.


Este es el resultado:

  

Estos son algunos de mis tracks en Endomondo (sólo de los días que enciendo el teléfono móvil para registrarlo):


Como suelen decir en mi empresa, la adversidad crea nuevas oportunidades, y en mi caso el hecho de desplazarme en bici es un aliciente más, con el que voy más motivado al trabajo.

¿Y tú, no lo has pensado?



miércoles, 26 de octubre de 2011

Viaje finalizado

Con pequeños cambios sobre la planificación inicial, hemos podido cumplir nuestro plan de una manera bastante razonable. Han sido más de 5700 metros de desnivel acumulado en unos 520 kilómetros en total.


Siete etapas de un otoño suave, en las que hemos disfrutado como niños de la libertad que da el cicloturismo auténtico, pernoctando en los albergues del camino, conversando con otros caminantes y ciclistas, compartiendo ruta con todo tipo de personas y aprendiendo mucho de cada uno.

Y como no es lo mismo contarlo que vivirlo, en lugar de escribir una larga crónica, hemos querido reflejar nuestra experiencia en este [largo] vídeo...

viernes, 14 de octubre de 2011

Buscando el silencio. El Camino de Santiago por la Vía de la Plata

Más allá de manoseados titulares, como "Viaje interior", lo que nos proponemos iniciar mañana mi amigo Fernando y yo, es algo que no sabemos definir muy bien, pero de repente ha surgido como una necesidad imperiosa y se han dado las circunstancias propicias para ello, así que nos hemos lanzado a la aventura.

Apenas hace unas semanas, Fernando me propuso hacer el camino de Santiago empezando por la Vía de la Plata en Salamanca. La idea era hacer 6 ó 7 etapas parando en albergues. Parecía que estaba de broma, pero me lo contó con tanta seguridad que me contagió el entusiasmo por la aventura, arreglé unos asuntillos pendientes y le dije que contara conmigo.

Nunca he hecho una ruta en bici de varios días. Tengo los medios más o menos preparados, buena bici y un entrenamiento decente para soportar el camino, pero creo que vamos a hacer unos 500 kilómetros en total y eso no es ninguna tontería. Así, de repente, me voy a convertir en peregrino. Quién lo diría...





Después de leer algunas ideas sobre el camino y asistir a la charla que dan los Amigos del Camino de Santiago en el Centro Gallego de Madrid, nos hemos hecho una idea aproximada de cómo debe ser la aventura. Hemos decidido cumplir a rajatabla estos cinco mandamientos (como son cinco, será un "pentálogo"):
  1. Llevar poco equipaje. Más vale llevar un hueco donde meter algo o comprar lo que se necesite que arrepentirse toda la ruta por tener que arrastrar cosas innecesarias.
  2. Tranquilidad, las cosas tienen importancia relativa. Si no nos gusta el sitio donde pensábamos parar, seguimos hasta el siguiente. Comer donde nos dé habre. Dormir donde nos dé sueño. El teléfono, apagado el máximo tiempo posible.
  3. Buen humor. Vamos a tomarnos las cosas como vengan. Enfadarse por algo sólo contribuye a crear más tensión, no a resolver los problemas.
  4. Respeto. Cada persona ha de tener su espacio, todas las opiniones son válidas y en cada una de las decisiones hay que considerar al otro.
  5. Los sentidos, bien abiertos. No hay que dejar escapar ni una luz, ni un sonido, ni un olor. Percibir todo lo que nos rodea y disfrutar del momento. Compartir las sensaciones con los otros peregrinos. Sólo así alcanzaremos a entender el sentido de este viaje.

Las fechas seleccionadas son entre el 15 y el 21 de Octubre. Después de un largo e inacabable verano, parece que hemos elegido la semana de transición, en la que acabará el calor y la sequía, y comenzarán las lluvias. Pillaremos un poco de todo, es lo que toca en esta ruta. El camino de Santiago sin lluvia seguramente no sería lo mismo. Sufriremos, pero bueno, para eso están nuestros "mandamientos". En momentos de flaqueza habrá que releer nuestro "pentálogo" y seguir adelante.

Realmente vamos con la mente abierta, no sabemos muy bien qué es lo que nos motiva, creemos que cuando lleguemos a Santiago lo habremos entendido, aunque no sé si sabremos explicarlo.

Este es el desglose previo de la ruta, aunque sólo es un esquema que nos sentiremos libres de modificar en cualquier momento:



ETAPA 1: SALAMANCA - ZAMORA (67 kms) - Día 15/10 (Sábado)




ETAPA 2: ZAMORA - ALIJA (89 kms) - Día 16/10 (Domingo)




ETAPA 3: ALIJA – RABANAL DEL CAMINO (69,4 kms) - Día 17/10 (Lunes)




ETAPA 4: RABANAL DEL CAMINO – VILLAFRANCA DEL BIERZO - 57 kms - Día 18/10 (Martes)




ETAPA 5: VILLAFRANCA DEL BIERZO – SARRIA - 78,9 kms - Día 19/10 (Miércoles)




ETAPA 6: SARRIA – ARZUA - 77,3 kms - Día 20/10 (Jueves)




ETAPA 7: ARZUA – SANTIAGO - 39 kms - Día 21/10 (Viernes)




No sé si podremos ir actualizando algo durante la ruta, posiblemente haremos algo a través de Twitter (http://twitter.com/#!/jj99211 @jj99211), pero no es seguro. A la vuelta contaré mis impresiones...

jueves, 29 de septiembre de 2011

IX Ascenso a la Pandera 25/09/2011


Después de nueve ediciones, el Ascenso a la Pandera parece que está encontrando su sitio y fecha. Poco a poco ha crecido el número de participantes en esta prueba cicloturista, que incomprensiblemente, hasta ahora contaba con demasiada poca afluencia. No sé si por la excesiva dureza de las rampas, o porque la prueba solía ser demasiado corta en distancia para los entrenamientos de los ciclistas medios, el caso es que a duras penas se alcanzaba el centenar de participantes.

Este año también había pocos ciclistas inscritos, pero el arreón final y las inscripciones de federados en el último momento hicieron que se alcanzara una cifra más razonable, seguramente alrededor de los 150 participantes. El trazado de esta edición era mucho más atractivo, por ser un recorrido circular que se acercaba a los 100 kms de distancia (los 70 kms de alguna edición anterior se habían quedado cortos).



El hecho de que la prueba no terminara en el alto de la Pandera, sino en el parque de Torredelcampo, con comida final a cargo de la Organización, era un aliciente nada despreciable, incluido en la pírrica cuota de inscripción, de 3 euros. Como se comentaba durante la comida, realmente se hacía menos gasto participando en la prueba que quedándose en casa.

La marcha fue controlada a una velocidad razonable todo el tiempo, dejando rienda suelta a los ciclistas para que subieran a su ritmo el tramo libre de 8'5 kms desde la A-6050 hasta la cumbre. Los árbitros tomaron tiempos para que los más competitivos pudieran satisfacer también sus impulsos y, aunque hubo diferencias notables, de más de 30 minutos entre el primero y el último, nadie se quejó.

En mi caso, tras un año bastante malo por la lesión, con evidente sobrepeso y baja forma, la cosa no fue tan mal. Disfruté durante toda la ruta de la compañía de muchos buenos amigos, sobre todo el bueno de Isidro Nieto, quien estuvo conmigo en las rampas más duras del ascenso, animándome continuamente y consiguiendo que sacara fuerzas extra, para terminar en un tiempo muy parecido al del año pasado, alrededor de los 50 minutos, que para alguien tan mal escalador como yo, no está mal. ¡Gracias, Isidro!



En definitiva, un sobresaliente para ADSUR como organizador, a los voluntarios de la peña motera Los Calenturas y a la organización técnica de la prueba, realizada por el club deportivo Veycris.

Espero que se establezca ya definitivamente en este hueco del calendario y que en próximas ediciones pueda crecer en participación y en fama. Desde luego, la cumbre de la Pandera bien vale una marcha cicloturista de calidad.

Se puede ver toda la galería de fotos en Picasa:






jueves, 25 de agosto de 2011

El Dessafio, la historia de un sueño.

Hace cinco años no podíamos ni imaginarlo. Ni siquiera nos conocíamos muchos de nosotros.

En mi cabeza pululaba una idea que sólo me atrevía a comentar con personas de confianza, pero todos la consideraban un sueño utópico por irrealizable. La afición por el ciclismo en un pueblo como el mío era, sencillamente, inexistente. Sólo algunos domingos de verano, cuando venía de vacaciones por aquí, nos reuníamos algunos ciclistas en el parque para hacer rutas de 40 ó 50 kilómetros, principalmente por carreteras secundarias y caminos asfaltados, muy poco transitados, y así fuimos descubriendo poco a poco los secretos de la Sierra Sur de Jaén.

Una de nuestras rutas preferidas siempre era la bellísima circular formada por el puerto de Locubín y el de la Martina, por esa pintoresca carretera de montaña que nos lleva a Frailes, pasando por parajes como la "Chorrera del Hoyo", los "Llanos del Angel" y la "Fuente del Raso", todo ello aderezado con la maravillosa vista de Valdepeñas de Jaén al pie de la Sierra de la Pandera, las cumbres de Sierra Nevada desde la bajada a Frailes o la Fortaleza de la Mota cuando nos acercamos a Alcalá la Real. Y como broche final, el espectacular valle del río San Juan, presidido por mi pueblo, Castillo de Locubín, desde donde se pueden realizar varias rutas ciclistas de gran belleza.



El hecho de que mi vida habitual discurra a 400 kilómetros de mi pueblo quizá me ha llevado a ensalzar aún más las virtudes de los paisajes y las sensaciones de mi tierra natal.

Aunque empecé a andar en bicicleta de carretera a los 19 años, en 1989, no llegué a tomármelo como un deporte hasta mucho más tarde, cuando me dio por participar en marchas cicloturistas, pasados los 30 años de edad. Desde entonces el ciclismo adquirió una dimensión nueva y se metió hasta la médula en mi forma de pensar y de sentir. En 2005 escribí un artículo, para mí histórico, en el que resumí lo que significaba para mí el ciclismo en aquel momento. El recorrido circular del puerto de Locubín  me servía de buena excusa para ello:
Seguía recorriendo el círculo una y mil veces. Siempre que viajaba a mi pueblo me perdía en bicicleta por los caminos y carreteras de la comarca, descubriendo sensaciones siempre nuevas. Cada vez que volvía de Alcalá por el puerto del Castillo miraba extasiado a la derecha, hacia el Este, más allá de la torre árabe de la Nava y justo debajo de la silueta de Sierra Nevada, donde se alineaba la barrera montañosa de la Sierra Sur, una maraña impenetrable de montañas de 1500 a 1800 metros de altitud, sin carreteras asfaltadas que las transitaran.

Los receptores de GPS no estaban generalizados. Mi afición a escudriñar viejos mapas topográficos del IGN o del ejército, escasamente actualizados desde tiempos de Franco, me llevaba a comparar los nombres de los valles, las umbrías, los collados y las cimas entre unos mapas y otros, y a soñar cómo poder llegar hasta esos lugares. Una excursión de un día no era suficiente para poder adentrarse en semejante terreno inexplorado.


En mi cerebro martilleaba el sonido de una canción...
...
Abrázate a los vientos
y cabalga los montes,
que no acabe el paisaje
con el horizonte
...
("Para Vivir", Joan Manuel Serrat)

Pero todavía era sólo un principiante.

Hace cinco años, decía, no podíamos ni imaginarlo. Hace cinco años, decía, ni siquiera nos conocíamos la mayoría de nosotros.

Desde 2003 me dedicaba a recopilar información de rutas de mi comarca en una rudimentaria página web, donde subía mis fotos y los perfiles, hechos a mano al principio, y posteriormente con un ciclocomputador Ciclomaster que compré por internet. Pero me faltaban muchas rutas por conocer, sobre todo las de montaña, ya que yo era más aficionado a la bicicleta de carretera. Un día, uno de los lectores, Manuel Berrio, comentó en el foro que había realizado la ruta de Jaén hasta el Paredón, volviendo por Valdepeñas de Jaén, y me metió la curiosidad en el cuerpo.

Un día de verano de 2006 tomé una determinación. Había llegado el momento de intentarlo. Preparé mi bicicleta de montaña, por entonces una flamante Cannondale F600, organicé los bártulos necesarios: mochila, comida, mapas (de papel), herramientas y repuestos, cámara de fotos, agua... y comencé una serie de excursiones para conocer el interior de la sierra. El primer impacto me lo llevé cuando descubrí la zona de Carboneros, subiendo desde Valdepeñas de Jaén y penetré en la finca de la Solana - Los Morales. A pocos cientos de metros de la gran puerta metálica, que cerré a mi paso, me topé con un inmenso venado, que me miraba fijamente a escasos veinte metros de distancia. Uno de los momentos más impactantes de mi vida, que no he vuelto a revivir desde aquella fecha.  Saqué la cámara de la mochila mientras se alejaba. Cada vez estaba más lejos, pero aún pude sacar una foto cuando se giró para mirarme de nuevo en la distancia. En esa misma ruta vi decenas de ciervas bebiendo en el arroyo de Cabañeros o corriendo por las colinas cercanas, y algunos muflones asomados desde las rocas de la Cornicabra. Fue una jornada histórica, cuando regresaba a mi pueblo por el puerto de Locubín no podía creerme lo que había visto, a una distancia relativamente cercana. Esto me animó a buscar más aventuras, siempre con el objetivo de volver a casa a mediodía, por lo que no debían extenderse más allá de las siete horas.

El gran reto llegó pocos días después. Sabía que podía llegar a la zona de Carboneros por el lado contrario, desde la Sierra del Trigo, que sólo conocía a través de referencias. También en los mapas se podía ver un larguísimo valle, que me permitiría conectar la parte norte de la Sierra, en la zona de Valdepeñas, con la parte Sureste, en la zona de Noalejo y Frailes. No sabía qué distancia recorría exactamente el valle, ni qué tipo de caminos me encontraría. También sabía que, una vez tomara la decisión de bajar desde el puerto de las Coberteras y el embalse del Quiebrajano, me encontraría al otro lado de las montañas, lo que significaba que el regreso no iba a ser fácil. Como mínimo, tendría que subir otro gran puerto para franquear los aerogeneradores de la Sierra del Trigo y volver a terreno familiar. Pero me encontraba en buena forma física.

A las 7 de la mañana inicié la aventura. Para darle un poco más de épica, en lugar de tomar la carretera, me dirigí a Valdepeñas por el camino de tierra de Chircales. Era temprano y tenía ganas. Reposté agua en una fuente donde intercambié breves palabras con un señor mayor, al que pregunté si conocía la bajada de Coberteras hacia Puerto Pitillos y el valle del Valdearazo; cuando supo mi intención de seguir hacia el sur por el valle, se me quedó mirando con escepticismo. Disfruté de las vistas del embalse de Quiebrajano, como siempre, con su característico color azul turquesa y comencé a bajar por puerto Pitillos. La suerte estaba echada. No había cobertura para teléfono móvil. Al fondo se veía una bonita alameda. Las laderas de las altas montañas de alrededor tenían un fuerte color verde oscuro, repletas de encinas, quejigos y otras especies vegetales, típicamente mediterráneas. A mi izquierda unas peculiares formaciones rocosas verticales me llamaban la atención. Años más tarde supe que eran conocidas como "Los Caballos de Ajedrez", debido a las caprichosas formas que han ido adquiriendo con la erosión.

Al final de la bajada, después de pasar un pinar y una alameda, me encontré en el cruce de caminos de Cortijo Prados. Dudé qué camino tomar, pero vi a un agente forestal, quien me confirmó que la pista me llevaría hasta la Sierra del Trigo, aunque me dijo que la subida era muy fuerte. Con algo de temor a lo desconocido, pero al mismo tiempo sintiéndome en buena forma física, comencé a circular por el valle del Valdearazo por primera vez en mi vida. Descubrí sitios que ahora se han hecho tan familiares, como el Cortijo Prados o la "fábrica de la luz" de Noalejo, una antigua estación hidroeléctrica, actualmente abandonada. Comencé la subida desde los cortijos de Alamillos por la revirada pista que tan bien conocemos ahora, y vi por primera vez en mi vida la inmensa panorámica del valle desde el puerto de los Alamillos. Sólo esa fotografía valía por sí misma todo el viaje. Llegué sorprendentemente entero a la carretera de Noalejo, donde giré a la derecha, rumbo al Paredón, la montaña más significativa de la Sierra del Trigo, con su típica formación de aerogeneradores alineados a lo largo de la arista.

Las cosas estaban saliendo según lo planeado. Los mapas de papel no me habían fallado, y ya me encontraba en terreno conocido. En lugar de volver a mi pueblo a través de Los Rosales y Frailes, como iba bien de tiempo, decidí girar por el puerto Pinatero y así enlazar la otra pista que desconocía en aquel tiempo, y que me llevaría directamente hasta la zona de Carboneros. Era la una de la tarde y el sol ya pegaba con mucha fuerza. Justo antes de llegar al collado de Carboneros me encontré con un perro de aspecto agresivo, atado en el camino con una cadena que le permitía gran movilidad. Volver atrás en ese punto era inviable. Tenía el tiempo justo para volver a casa y tenía que pasar por allí. Con más miedo que vergüenza desmonté y pasé caminando, explicándole al perro que yo era un simple transeúnte, que sólo pasaba por allí... ufff... al final alcancé el collado y llegué de nuevo al terreno conocido de Valdepeñas, desde donde volví a casa a punto para la comida. Fueron 100 kilómetros de ruta por montaña. Ese día en mi interior se despertó una ilusión. Había conseguido encontrar la conexión entre los caminos del norte y el sur de nuestra sierra; había visto paisajes y lugares que muy pocos de mis paisanos conocían, pese a estar a una distancia relativamente cercana. Empecé a imaginarme cómo podría ser una gran marcha cicloturista por aquel recorrido de montaña... y soñé.

Pero, como decía, hace cinco años ni siquiera nos conocíamos.

En 2007, combinando mi afición al ciclismo con la informática y la estadística, actualicé mi página web con todos los datos que había ido recopilando, y se me ocurrió lanzar una propuesta al vuelo: la de organizar una quedada informal el segundo sábado o domingo de octubre, para hacer el recorrido circular completo. La llamé "Travesía de la Sierra Sur", un título nada original pero muy descriptivo. Lancé la propuesta en la web y esperé respuestas. Al principio sólo me respondieron algunos amigos incondicionales de Alcalá y Castillo, con los que compartía rutas frecuentemente, como Rafa Ruiz, Lizana e Isidro Nieto.

No me atrevía hacer la propuesta públicamente, aparte de nuestro foro en la web, puesto que no se trataría de una marcha ciclista con garantías, sino de una excursión en grupo, con los inconvenientes que pudieran surgir (averías, accidentes, desfallecimientos, etc...). Por entonces acabábamos de crear el club Ciclocubín y sabía que podía contar con algunos paisanos, más los que leyeran la propuesta y quisieran venir.

En un viaje de mi empresa, estando de tránsito en el aeropuerto de Nueva York, sonó mi teléfono móvil. Una voz ilusionada, hablando a toda velocidad al otro lado de la línea, se me presentó diciendo algo así como: "Soy Jaime, de la Peña Ciclista Alcalaína, tú no me conoces pero tengo que hablar contigo porque tu propuesta es extraordinaria, tenemos que juntar un grupo grande de gente y que esto sea noticia. ¿Puedes hablar mañana en la radio?". En todos estos años, Jaime ha seguido siendo el mismo loco impulsivo que pone las pilas a la gente, que empuja para que todo el mundo se implique y contagia la ilusión. Sin duda, lo que vino después no hubiera sido posible sin ese chorro de aire fresco que nos transmitió.

El fin de semana del 14 de Octubre fue uno de los más felices de mi vida. Mucha gente se había ido uniendo a la propuesta por internet. Pero para mí hubo otro momento especialmente intenso en la víspera. El sábado 13 de Octubre celebramos la fiesta de cumpleaños de mi abuela Ana, quien llegó a su primer siglo de vida. Cien años llenos de humanidad y trabajo, siendo un ejemplo de esfuerzo, coraje e inteligencia como pocos. Mi abuela era una persona muy admirada, el verdadero espíritu de mi familia paterna. Todos sus hijos, nietos y biznietos (unas 50 personas en total) nos dimos cita en Castillo de Locubín ese día para celebrarlo de una forma muy especial. Fue una tarde muy emotiva. Aunque se encontraba en bastante buena salud y llegó por su propio pie al acto familiar, a las pocas semanas empezó a sufrir una enfermedad pulmonar. Nos dejó apenas un mes después. 

El Dessafio, para mí, tiene un doble significado; no puedo evitar recordarla a ella cada vez que paso por las curvas sobre el río Valdearazo y cada una de las veces que he subido al escenario para la entrega de premios del Dessafio. En el fondo de mi corazón, cada uno de los Dessafios que hemos celebrado hasta ahora se lo he dedicado a mi abuela. Sé que, de alguna forma, ella es una de las grandes impulsoras de nuestro proyecto, como si se hubiera marchado justo para reencarnarse en nuestra prueba, nacida pocos meses después...

El día 14 de Octubre de 2007 nos reunimos veinticinco ciclistas de diversas procedencias, incluyendo algunos de Madrid, Granada, Cabra, Málaga y otros sitios, para realizar la gran ruta de reconocimiento.

La crónica de aquel día puede leerse aquí:

Aquel día nos conocimos y nos pusimos cara, puesto que muchos de nosotros sólo hablábamos a través de los foros o los correos electrónicos. A pesar de varios incidentes mecánicos, fue un día redondo de ciclismo y compañerismo.

Terminamos comiendo juntos en el parque municipal de Castillo de Locubín, en medio de una cascada de ideas y de sueños. Nos imaginábamos cómo sería aquel recorrido para una prueba ciclista de montaña, con su organización, sus avituallamientos, etc...

Mi amigo Isidro Nieto, un corazón jovencísimo de casi 50 años de edad física, pronunció una frase mítica: "Sólo se cumplen los sueños de quien los tiene", y nos lanzamos a la aventura. 

Preparamos una serie de presentaciones, vídeos, planos y fotos. Hicimos un derroche de ilusión para contagiar a los concejales y alcaldes de la comarca. No fue fácil convencer a las instituciones de que el proyecto era viable. Una tarde de invierno de 2008 (un sábado, aprovechando que el ayuntamiento estaba teóricamente cerrado y tendríamos tiempo para explicar el proyecto con tranquilidad) nos reunimos con el alcalde de Castillo de Locubín, José Justo Alvarez. Le presentamos el vídeo y nos dio la clave. Había que implicar a la Diputación de Jaén. Así fue como nos ayudó a hacer llegar el proyecto a la entonces Diputada de Deportes de Jaén, María Angustias Velasco, una persona de actividad desbordante, que contagia ilusión por todo lo que hace. Creemos que el proyecto le encantó, porque la Diputación nos mostró todo el apoyo que necesitábamos para encender la mecha. Era un proyecto que trascendía lo meramente deportivo para convertirse en un evento turístico y cultural, agrupando a cuatro pueblos de la provincia. Su repercusión podría suponer un gran apoyo para el atractivo turístico de nuestra comarca. Las características del proyecto, su dimensión al abarcar un recorrido de 100 kilómetros por el interior de la sierra, y la idea de que la salida y meta se alternara de forma rotatoria entre los cuatro pueblos, eran alicientes que ayudaban mucho a conseguir la implicación de las instituciones. Superamos no pocas dificultades y organizamos la prueba lo mejor que supimos, con ilusión pero con una gran inexperiencia. Recurrimos a la ayuda de un veterano del ciclismo jiennense, Juan Manuel Cano, quien nos ayudó con todas las tareas administrativas, especialmente la burocracia para las instituciones y la Federación Andaluza de Ciclismo.

Remigio Olmo asumió el liderazgo de la organización y la coordinación logística desde su sede en Castillo de Locubín, en un papel crucial para que las cosas salieran como debían. Jaime Javier Castillo aportó su trabajo y el de la Peña Ciclista Alcalaína, y otros 20 amigos de la Peña y de Ciclocubín formaron parte de la Organización, cuidando todos los aspectos de la prueba, casi todos ellos anónimamente, pero sin cuyo trabajo nada podría haber salido adelante.

Cuando teníamos diseñadas las bases de lo que sería el primer Dessafio, un pequeño traspiés nos hizo ponernos alertas ante la envergadura de lo que íbamos a afrontar. El 20 de Marzo de 2008 quisimos hacer un ensayo oficial. Era Jueves Santo y pensamos que mucha gente se apuntaría aprovechando las vacaciones, aunque la climatología no era buena, porque se preveían lluvias casi todos los días. Convocamos por internet a los amigos de clubes ciclistas cercanos para que vinieran a Castillo de Locubín, con la intención de realizar el recorrido completo del Dessafio. La previsión meteorológica para la mañana del Jueves no preveía lluvia, pero el terreno estaba muy húmedo por las lluvias de días pasados. Nos presentamos provistos de chubasqueros, y con la misma moral de siempre iniciamos el recorrido. Esta iba a ser la primera vez que un grupo de ciclistas iba a completar el circuito diseñado originalmente para el Dessafio, que posteriormente sufriría dos pequeñas modificaciones hasta configurar el trazado actual. En la primera edición del Dessafio no se contemplaba el paso por los Llanos de Alcalá ni por la zona conocida como "Los Cortijos".

Coronamos el puerto de Chircales con sol, aunque en el horizonte se observaban nubes oscuras sobre las sierras de Valdepeñas. No podíamos imaginarnos lo que nos esperaba un par de horas más tarde. Nada más llegar al valle del Valdearazo, al cruzar el puente para llegar a Cortijo Prados, la pista de tierra se convirtió en una superficie pastosa y pegajosa, que dificultaba mucho la marcha. Ya no podíamos volver atrás. Descansamos en Cortijo Prados dispuestos a seguir la ruta, pero el camino tenía cada vez más barro, que nos impedía avanzar. Comenzó a llover. Ni siquiera podíamos empujar las bicis, porque el barro se acumulaba de tal forma que el roce con las horquillas las dejaba bloqueadas. Tuvimos que desmontar y recorrer a pie unos seis agónicos kilómetros hasta llegar al puerto de Alamillos, con las bicicletas al hombro. A las seis de la tarde conseguimos alcanzar un punto con cobertura telefónica, para avisar al menos a las familias de las circunstancias que nos habíamos encontrado. La sierra es traicionera y ese día nos mostró su peor cara. Ha quedado grabado en nuestras memorias como "el Dessafio del Barro".

El día 4 de Octubre de 2008, más de 200 voluntarios de diferentes asociaciones de la comarca y 500 ciclistas (decicimos limitar la participación por seguridad) hicieron historia en el primer Dessafio de la Sierra Sur, saliendo de Castillo de Locubín.


Isidro Nieto plasmó su experiencia como participante en la prueba en una bonita crónica.

Después vinieron Alcalá la Real, en 2009, con pequeños cambios para mejorar el recorrido y un incremento en el límite de participantes, y Valdepeñas de Jaén, en 2010, donde alcanzamos la madurez como organización, cosechando grandes elogios, tanto de los participantes como de las instituciones, patrocinadores y la prensa. Conseguimos gran repercusión pese a nuestra política de no pagar dinero a ningún medio de comunicación para que publicaran artículos sobre nuestra prueba  ni pagar el caché de ciclistas famosos para que participaran (una costumbre muy común en este mundillo).

La cantidad de cosas que han pasado en estos años me han hecho crecer mucho como persona y aprender muchísimo más de la vida, de pequeños sinsabores y de grandes satisfacciones. Cuando veo las carreteras y caminos de nuestra comarca en la actualidad, plagados de ciclistas de todas las edades, incluso niños y jubilados, creo que todo este trabajo ha merecido la pena. Uno de nuestros grandes objetivos, que era la promoción del deporte del ciclismo en nuestra comarca, ya está conseguido, convirtiéndose en un fenómeno imparable.

El 8 de Octubre de 2011 se celebra el cuarto Dessafio, esta vez con salida y llegada en Frailes. Se cierra el círculo del proyecto original, después de un largo periplo. Un año más, la organización de la prueba no está siendo nada fácil, pero a estas alturas, a falta de 45 días para el evento, ya tenemos perfilados los detalles más importantes. Un año más nos enfrentamos a un nuevo reto en el que no nos faltarán problemas que resolver, carreras de última hora, alguna discusión con proveedores y alguna traba administrativa. Pero seguro que también vendrán los correos de ánimo de los participantes, las caras de felicidad de los que llegan a meta, las palabras de aliento de los voluntarios y muchas cosas más por las que merece la pena trabajar.

He dedicado al Dessafio los momentos más intensos de estos últimos cinco años de vida. Ha sido inevitable robar mucho tiempo a mi familia para poder sacar adelante este proyecto personal y colectivo. He sufrido situaciones de estrés y responsabilidad muy poco gratas, y también he vivido, a nivel personal, grandes decepciones. Hablo en primera persona, pero cualquiera de los miembros de la organización podría suscribir estas mismas palabras.


Aunque las críticas recibidas de participantes y prensa han sido muy positivas en general, cada una de las pequeñas frustraciones vividas, por poco importante que sea, se convierte en una espina clavada, que nos lleva siempre a ver cuán lejos estamos de la perfección. Sin embargo, pese a todo, hemos visto realizado nuestro sueño, y por ello estoy feliz.


El mapa topográfico del Dessafio 2011 permite reconocer todos los lugares que menciono en este artículo: (más información en http://dessafio.org)




Every man dies; not every man really lives (William Wallace)

lunes, 25 de julio de 2011

El Reencuentro. Tres meses no es nada... ¿o sí?

Hoy me he reencontrado con el ciclismo. Los últimos tres meses han sido bastante negativos, con una tendinitis de Aquiles que se hacía eterna, y que finalmente me ha obligado a cambiar todos los planes de la temporada.

Comenzaba esta temporada 2011 allá por Noviembre (de 2010) con muchos proyectos, especialmente la vieja idea de convertirme en randonneur consumado. Preparé la bici y preparé mi mente para que así fuera. Mis experiencias en 2010 me iban a servir decisivamente, creía que la cosa era factible. Todo parecía funcionar bien, con mi participación en la primera brevet, de 200 kms, prácticamente todo el recorrido bajo la lluvia. Me inscribí en la Quebrantahuesos y empecé a mirar mi participación en los Lagos de Covadonga... finalmente ni una cosa ni la otra. Tras la lesión, mis salidas en bici desde Abril se han limitado a rutas cortas, de no más de 50 kilómetros y ningún puerto de entidad. He cogido un par de kilos más y mi nivel de forma ha bajado de forma preocupante.

En estas condiciones tuve que replantearme mis objetivos y decidí que una nueva temporada comenzaba para mí a finales de Julio. En estas últimas semanas he entrenado de forma suave, siempre mirando con lupa el comportamiento de mi tendón. Por fin parecía ir bien, aunque todavía a ratos siento algún leve pinchazo que me preocupa.

Hoy llegaba el momento de la verdad. Decidí hacer una ruta clásica saliendo de mi casa en Madrid para subir un par de puertos, Canencia y Morcuera, conectados a través del valle del Lozoya. 160 kilómetros en total. Siempre tenía la opción de volver a casa desde Canencia, pero si decidía bajar a la vertiente contraria, la suerte estaría echada, tendría que hacer la ruta completa. No estaba muy seguro de mis fuerzas. El año pasado tardaba aproximadamente 6 horas y media en hacer esa ruta, pero en mi estado actual no creía que fuera a tardar menos de 7. La cuestión estaba en madrugar bastante para intentar llegar a casa sobre las 14:30 h, y parar lo mínimo posible.

A la altura de Miraflores ya veía que andaba con el tiempo justo. Mi subida a Canencia fue mucho más lenta y tediosa que habitualmente. Paré en la fuente y valoré las dos opciones, volver a casa o dejarme caer hacia el norte, para cerrar el círculo completo.

Finalmente la carretera dictó sentencia. Decidí seguir la ruta prevista. Tal como empezaba a sospechar, al final tardé más de lo previsto y paré más veces de las previstas, pero se puede considerar que sólo terminar la ruta fue un éxito, dadas las circunstancias.

Este fue el resultado:



Y estos son los datos numéricos de la ruta, un promedio bajito, de 22,5 km/h, pero bueno, ahí está para seguir mejorando...


martes, 26 de abril de 2011

REVISTA CERO - Randonneurs españoles

Me ha llegado esta revista sobre randonneurs y me piden que le dé difusión, así que la cuelgo en este mismo blog, que no es mal sitio...

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domingo, 10 de abril de 2011

Frío, calor, dolor... la Brevet 300 de Algete 2011.


Era mi única oportunidad para conseguir la homologación de 300 kms esta temporada. Un leve dolor en mi tendón de Aquiles derecho me tenía algo preocupado, pero creía que no sería mayor problema. Sin embargo, 300 kilómetros son muchos, quizá demasiados.

En la línea de salida de Algete, como siempre, a las seis de la madrugada estábamos los habituales; unos 60 ciclistas, la mayoría expertos en rutas de ultrafondo. Se preveía una jornada larga y calurosa, como así fue. Sin embargo, a estas horas de la madrugada corría una brisa fresca que aconsejaba empezar con manga larga.

Roberto y Eduardo, con las reclinadas, decidieron intentar hacer la ruta a un ritmo superior al nuestro, y se marcharon por delante desde el comienzo. Eduardo y Antonio tenían intención de hacer doblete, con el 200 de Salamanca el domingo, así que se lo tomarían con calma. Agustín, como es habitual en él, sin prisa alguna. Y yo, un poco renqueante, prefería ir tranquilito. Así conformamos el grueso del Pakefte los cuatro ciclistas que haríamos toda la ruta juntos.

Hasta el amanecer el tiempo pasó rápido. Recordé sensaciones de años pasados.  El excitante pedaleo nocturno, el reguero de luces rojas, los destellos de los reflectantes, la incipiente luz del amanecer a nuestra derecha, la Sierra Norte de Guadalajara a la izquierda... y el frío, que a las horas del alba siempre se vuelve especialmente duro y penetrante por estas tierras castellanas (al menos para mí).


Esta foto es del otro Eduardo, sacado desde atrás por Roberto:


Casi todo era igual, excepto la presencia de algunos de mis compañeros, ya que esta vez éramos muchos menos que en otras ocasiones. Seguramente porque la brevet de 300 tiene dos ingredientes que la hacen especialmente desagradable: la "carretera del éxtasis" (los últimos 15 kilómetros antes de Sigüenza),  con un asfalto indigno del siglo en que vivimos, y la llegada a meta atravesando la ciudad de Alcalá de Henares y diversos pueblos vecinos, por carreteras siempre atestadas de tráfico y poco amables para los ciclistas. No obstante, los cuatro ciclistas vestidos de azul "pakefte" representamos dignamente a nuestro grupo, marcando una velocidad bastante constante y siempre muy cerca de las últimas posiciones del grupo, nuestro sitio natural en estas lides. 



Durante muchos kilómetros fuimos jugueteando con el grueso del grupo de Pueblo Nuevo, ciclistas también tranquilos y veteranos. Esta vez la nota musical fue de Agus, que lo mismo ponía a Paco Ibáñez que a Tahures Zurdos, pasando por diversidad de bandas sonoras, música clásica y un poco de flamenco. Para todos los gustos. Llegamos a la conclusión de que la música nos estimulaba en las subidas, pero no me quedó claro si para ir más deprisa o más despacio...

La salida del sol fue el momento que inspiró una de las conversaciones más interesantes del día. Me dio por recordar la teoría de las tormentas solares que supuestamente afectarán al planeta durante el año 2012, y que podrían suponer serios daños para la vida tecnológica tal como la conocemos. Mis compañeros no habían oído hablar de esto, así que se lo comenté someramente, con la promesa de explicárselo mejor mediante enlaces periodísticos o científicos más detallados. Pues bien, ahí van algunos:



Los kilómetros pasaban, y el sol se elevaba despacio hacia el cénit, así que mis compañeros llegaron a la conclusión de que, en cualquier caso, lo mejor era terminar las brevets para poder hacer la París-Brest-París este año, por si acaso en 2016 no se celebrara...


Paramos lo justo y necesario en el primer control de Jadraque, junto con los de Pueblo Nuevo, y continuamos la marcha hacia Atienza, según Antonio el punto más alto de la ruta. Como si después no hubiera que subir más. Craso error.

Poco después del control la temperatura subía, y aproveché el comienzo de uno de los mini puertos para pasar a la manga corta.

En el camino a Atienza nos cruzamos con Roberto y Eduardo, que ya volvían del bucle con sus espectaculares bicicletas reclinadas. Creíamos que nos habían sacado más distancia, pero no era así. Claro que quedaba mucho día, al final llegaron más de dos horas por delante de nosotros.

La parada en Atienza, en la gasolinera, fue bastante breve. Cocacola de máquina y acto seguido a la fuente a repostar.

En el camino a Sigüenza, a partir del kilómetro 100, empecé a notar molestias en el tobillo, que se hacían más intensas progresivamente. Los baches de Sigüenza se me clavaban como cuchillos. La temperatura estaba ascendiendo considerablemente  y el calor empezaba a hacer mella, incrementando el dolor de forma alarmante. 


Esta vez la carretera estaba pintada con una línea discontinua amarilla, como si estuviera en obras, pero seguía botando igual. La subida hasta el collado desde donde se divisaba Sigüenza me fue haciendo descolgarme poco a poco, y llegué bastante mal al pueblo. Me pilló la barrera del paso a nivel y eso me retrasó unos minutos más, lo cual hizo a Agustín volver a buscarme. Me encontró.


El descanso en el parque de Sigüenza fue reparador. La comida y la bebida siempre hacen milagros, pero esta vez hubo un milagro añadido, la pomada "Radiosalil", que me dejó amablemente Antonio, y que hizo desaparecer en gran medida mi dolor de tendón.


Mis compañeros me hicieron observar que quizá llevaba el sillín muy alto, ya que oscilaba mucho al pedalear. Pero lo que me ocurría es que llevaba el pie rígido, para no extenderlo y así evitar que el dolor se incrementara. 

Seguimos pedaleando por terrenos conocidos, con algunas pendientes importantes como la salida de Sigüenza o el puerto de Mirabueno. Desgraciadamente este año no había que pasar por Las Inviernas, donde siempre parábamos en una espectacular fuente de agua fresca. En su lugar, tomamos rumbo a Masegoso de Tajuña y paramos en un bar algo desarbolado. Allí el calor era espectacular, de pleno verano. Todos, incluidos los del Pueblo nuevo, que llegaron casi al mismo tiempo, compramos botellas de agua de 1,5 l. Casi acabamos con las existencias de agua del bar.

El terreno desde Masegoso era favorable. El año pasado rodamos por el valle del Tajuña a un ritmo endiablado, haciendo más de sesenta kilómetros en dos horas. Pero esta vez el viento soplaba en contra y mis fuerzas estaban bastante mermadas. Agustín propuso luchar contra el viento haciendo relevos de un kilómetro. Yo no me veía en condiciones, y les pedí que me dejaran ir a cola. Eduardo hizo un gesto inmediatamente que interpreté como "ponte a mi rueda y a callar". Así lo hice. Durante veinte kilómetros fui cómodamente adosado al grupo, en silencio, mientras ellos hacían todo el trabajo. Esto me permitió recuperarme y a la altura de Valfermoso ya me sentía un poco mejor, con capacidad para ayudar, así que empecé a entrar en los relevos, aunque algo más cortos que los de ellos. Cómo se notaba, apenas superábamos los 26 ó 27 km/h, pero entre todos se llevaba mejor.


Pasamos la espectacular sede de los Hare Krishna y seguimos descendiendo por el valle hasta Armuña de Tajuña, en cuya plaza nos refrescamos y comimos un poco. Yo me permití subirme a la fuente para sumergir mis pies en agua fresca. ¡Qué descanso!
En Aranzueque comienza la última subida importante, hasta Pozo de Guadalajara. Ahí directamente me quedé descolgado y fui subiendo como pude, sabiendo que estábamos cada vez más cerca de meta. Pero no iba bien. Un gel me permitió recuperarme un poco y acabé la subida dignamente.

A falta de treinta kilómetros a meta, Eduardo dijo que tenía hambre y todos celebramos la idea de parar a cenar, aunque nos retrasáramos en la llegada. Es más importante llegar que llegar pronto. Nos entretuvimos más de lo deseable, pero retomamos la marcha mucho más fuertes, ahora con luces y reflectantes. 

A partir de Daganzo la cercanía de la meta nos hizo sacar fuerzas de flaqueza, comandados por un Eduardo pletórico, escoltado por Antonio y Agustín, que subían a toda máquina mientras yo sufría y juraba en hebreo, pegado a duras penas a alguna de sus ruedas. Pero no estaba dispuesto a quedarme atrás, de noche por esas carreteras...

Al final llegamos a Algete casi a las 10 de la noche. Mi segundo 300, mucho más duro que el anterior, y con un montón de aprendizajes para mi incipiente carrera de randonneur...

Al final, según mi GPS, han salido 301 kms con 3100 metros de desnivel acumulado, a 22,6 km/h de velocidad media y más de 10500 calorías consumidas.



Epílogo:

Quiero pedir disculpas a mis compañeros por haber sido algo imprudente al afrontar la prueba sin estar en condiciones físicas adecuadas, ya que de haberme lesionado realmente, los hubiera puesto en un compromiso delicado. Y por supuesto, estoy satisfecho de haber sabido aceptar y agradecer su gesto desprendido, tirando de mí en el Tajuña, lo cual tiene un valor especial porque tradicionalmente ese es mi mejor terreno y es donde ellos hubieran esperado mi ayuda.

Cuando llegué me puse una bolsa de hielo en el pie y llevo un día con antiinflamatorios. Hoy me encuentro bastante mejor, apenas sin dolor. Espero recuperarme y que las conjunciones astrales me permitan participar en el 400 dentro de un mes.


Ver todas las fotos en este enlace:
https://picasaweb.google.com/jj99211/20110409Brevet300?authkey=Gv1sRgCJHCpt7JwqzvEg#