martes, 11 de mayo de 2010

400 kilómetros en bici...


(este perfil no es exacto porque no refleja los cambios que hizo la organización en la ruta a última hora)

A la derecha, mi "máquina", preparada para la ocasión.
No pretendo dar ninguna justificación porque no la encuentro ni yo mismo. No puedo saber qué pasa por las cabezas de casi 30 personas que se dan cita a las 10 de la noche en un polideportivo para iniciar un reto completamente incomprensible para la mayoría de las personas sensatas. Ni siquiera sé muy bien qué es lo que me impulsó a mí a participar en ello, pero allí me encontré con otros seis compañeros del Pakefte, para afrontar la aventura.

Era mi primera brevet de 400 kms. Recientemente había participado en la de 300, que aunque es bastante dura, sigue estando dentro de los parámetros "normales", es decir, se sale temprano y se llega tarde, pero todo en el mismo día. En la de 400 lo normal es ocupar dos días. Para hacer 400 kms, salvo unos pocos privilegiados, la mayoría de ciclistas necesitamos alrededor de 20 horas de pedaleo continuado. Pero además necesitamos descansar de vez en cuando, comer, beber y desentumecer los músculos. En nuestro caso, ayer empleamos 19 horas de pedaleo aproximadamente  y 4 horas de paradas totales. Llegamos al polideportivo de Algete sobre las 21:15, dando así por terminada una aventura que se nos antojó muy dura, más que por la ruta en sí, por las condiciones climatológicas adversas y por el mal estado de muchas de las carreteras, especialmente la "carretera del éxtasis", con 15 kilómetros de asfalto infame entre toboganes que terminan en Sigüenza.

A la salida no hubo fotos, cada uno estaba concentrado en sí mismo y todos pensando en lo que se avecinaba, especialmente los que no habíamos pedaleado tantas horas seguidas de noche. Todos íbamos bien equipados, con mochilas o transportines, herramientas, luces de repuesto, ropa de todo tipo. El espectáculo al cruzar Algete y sumirnos en la oscuridad de la noche era impresionante. Un reguero de luciérnagas blancas y rojas desplegado por la carretera ante los ojos atónitos de los vehículos a motor que se cruzaban con nosotros o que nos adelantaban.

Los primeros kilómetros iban transcurriendo tranquilos, entre bromas e incertidumbres, pero el pelotón se mantuvo agrupado para nuestra propia protección. Teníamos marcada como referencia la primera parada en Cogolludo, en el kilómetro 68, donde llegamos sobre la 1 de la madrugada. Allí había una máquina de bebidas a la que siempre se puede recurrir a esas horas. La temperatura iba bajando y no convenía parar mucho. Reanudamos la marcha y nos acercábamos al embalse de Alcorlo. Una gran bajada hizo que nuestro grupeto se fraccionara. Eduardo se fue por delante. En la oscuridad de la noche se escuchaban ruidos de animales, sobre todo pájaros. Intuíamos que estábamos atravesando una zona muy bonita. En ese punto comprendí cómo los ciegos pueden disfrutar de sensaciones que los demás les creemos vetadas, como una obra de teatro. Nosotros, ciegos por la oscuridad de la noche, podíamos sentir el olor y el frescor del bosque. En estas estaba cuando me vi pedaleando en solitario, unos cientos de metros delante del grupo, completamente solo en la oscuridad, y me encantó la sensación. Decidí acelerar un poco para ir en busca de Eduardo. Veía sus luces en la distancia, a veces me acercaba mucho, y a veces la distancia se estiraba como una goma, a consecuencia de los diferentes toboganes. Cuando él iba subiendo, yo bajaba, y viceversa... pero en la oscuridad sólo se apreciaba una luz roja que se acercaba o alejaba. Eduardo no iba deprisa, de cuando en cuando se volvía hacia atrás, intrigado porque no le habíamos dado alcance desde la bajada. Cuando me encontré con él seguimos pedaleando rumbo a Atienza tranquilamente, sin prisa pero sin pausa.

Sobre las 2:30 empezó a llover ligeramente. No me gusta nada la lluvia, pero en medio de la noche me gusta aún menos. Afortunadamente, la cosa no era grave todavía. Cayeron algunos chubascos suaves y llegamos a Atienza poco antes de las 3:30. El castillo medieval iluminado le daba una apariencia fantástica a este bonito pueblo. Paramos en una fuente a la entrada, y aproveché para comer algo de pasta que llevaba preparada en un recipiente. Al poco tiempo llegó el resto del grupo y también el pelotón principal de los organizadores de la prueba, el club ciclista Pueblo Nuevo.

Hasta aquí había experimentado sensaciones positivas. El pedaleo nocturno me había encantado. Pero al salir de Atienza nos esperaba la épica. Muchos hablan de que los "ciclistas son de otra pasta" y cosas así. Yo no lo creo. Somos humanos y además nos gusta lo que hacemos. Tenemos un punto de masoquismo, pero en general disfrutamos de ir en bici. Hay días en que toca sufrir y se disfruta poco; aun así a la llegada se siente una gran satisfacción. Ayer era uno de los días en que tocaba sufrir. Los kilómetros que siguieron fueron pasando sin más. La carretera era infernal. Los tramos de subida eran desagradables porque estábamos pensando en coger la llanura soriana, pero los de bajada eran mucho peores porque teníamos que hacer un auténtico "eslálom" entre baches. Lo peor era la lluvia. Los chubascos cada vez eran más prolongados y más intensos. Josu pinchó en un punto indeterminado y paramos a cambiar la cámara bajo una débil lluvia. El horizonte empezaba a clarear cuando llegábamos a Berlanga de Duero, en el kilómetro 150, el final de este tramo terrible. Eran aproximadamente las 6 de la madrugada.

Nos quedaba más de una hora para llegar al primer control en Almazán. Afortunadamente la carretera era buena y llana, lo que facilitaba considerablemente el pedaleo, pero por desgracia los chubascos arreciaron, y nos pusimos completamente empapados en este tramo. No me gusta la lluvia (¿lo había dicho ya?), y aunque las previsiones meteorológicas ponían sol y nubes para el resto del día, el cielo no invitaba a ser optimista. Además, el viento comenzaría a soplar en contra desde este punto. Pasé un momento de frustración, decidido a abandonar ante la perspectiva de seguir mojándome el resto del día. Antonio me dijo que desayunara primero y decidiera después. Buje me comentó que había visto en internet los horarios de los trenes, y era factible volver a Madrid. Dejé a mis compañeros desayunando y me acerqué a la estación. Me informé sobre los horarios de los trenes de vuelta a Madrid. Eran las 7:30 y había un tren a las 9:18. Sin embargo, no estaba claro que admitiera transportar bicicletas. Me vi reflejado en los cristales de la estación y me pareció que no presentaba un aspecto tan dantesco como yo creía. Miré al cielo y vi un rayo de sol abriéndose paso a través de una nube, así que decidí continuar.
El amanecer camino de Sigüenza me reconcilió con el ciclismo. Volvimos a dialogar sobre muchas cosas, cada uno cogía su ritmo en las subidas y nos reagrupábamos en los llanos. El viento soplaba en contra  a ratos y me hacía tiritar porque todavía llevaba la ropa mojada. En la zona de los Altos de Barahona nos envolvía una desagradable niebla y Antonio no paraba de recitar "mañanita de niebla, tarde de paseo..." Trazamos un par de confusas apuestas sobre si llovería más durante la ruta o no. En Barahona paramos a repostar agua pero la fuente estaba seca. Kilómetro 210. Nos quedaban unos 40 kilómetros hasta Sigüenza, punto del siguiente control.

La "carretera del éxtasis" es terrible. Los motorizados pasan a toda velocidad sobre los baches y los ciclistas sufrimos un traqueteo insoportable. Hace años que esta carretera presenta ese aspecto incomprensible para una ciudad del interés turístico que tiene Sigüenza. A la llegada, el paso del tren por un paso a nivel con barrera nos hizo esperar un par de minutos. La parada en el bar del parque fue muy reparadora. Allí nos reagrupamos todos con Eduardo, que había llegado mucho antes, comimos bien y yo me cambié de camiseta, pues llevaba ropa seca en la alforja. Serían las 11:30 h. Quedaban unos 140 kilómetros de ruta y había que tomárselo como el comienzo de una etapa nueva, olvidando que llevábamos más de 12 horas pedaleando. Así me sentí.

El recorrido de vuelta era muy conocido para mí. El sol salió definitivamente entre las nubes y me ayudó a superar los malos ratos pasados durante la noche. Me encontré realmente bien en las siguientes subidas hasta Mirabueno, un punto clave en el recorrido porque se cruza la A-2 por un puente en dirección al peculiar pueblo de Las Inviernas, donde se encuentra una espectacular fuente de agua fresca. Parada obligatoria.

El valle del Tajuña se hizo mucho más duro que en la brevet de 300 kms del mes pasado. El viento venía en dirección contraria, frenando nuestro avance. Nos disgregamos por la carretera, intercalados con las unidades del club Pueblo Nuevo y algunos otros participantes en la Brevet, todos dispersos y cada uno a su ritmo. A las 15:45 estábamos en Brihuega, ya sólo nos quedaban 90 kilómetros de recorrido. Hicimos la última comida importante y nos reagrupamos de nuevo. Esta vez nos convencimos entre todos de que lo mejor, para afrontar el viento de cara, era pedalear en grupo haciendo relevos suaves, y así fuimos por el valle del Tajuña, bastante bien organizados, hasta encontrarnos con dos compañeros del Pakefte, Juan y Pilar, que no participaban en la prueba pero habían salido en dirección contraria para acompañarnos un rato. El encuentro con nuestros compañeros fue muy agradable. También hizo su aparición en algún punto Paloma, por si necesitábamos algo. Se había acercado en coche para ayudarnos y esperar a Eduardo.
Ya estábamos descontando kilómetros rumbo a Algete, pero el camino era sinuoso y todavía nos quedaban algunas peripecias por pasar.
En Armuña de Tajuña paramos brevemente. Pilar me ofreció una deliciosa guayaba, que según Juan me dio energías para subir el puerto del Pozo de Guadalajara. Lo cierto es que arranqué desde abajo con muchas ganas, me apeteció mucho subir a buena velocidad y se vino conmigo Javier. En las últimas curvas Javier me demostró que iba aún mejor que yo, pero me encontré francamente bien para llevar casi 350 kilómetros de pedaleo. De nuevo comenzó a llover. En la gasolinera de Pozo de Guadalajara esperamos al resto del grupo y prácticamente dimos por superada la brevet. Nos quedaban unos 40 kilómetros por un terreno más desagradable, con mucho tráfico urbano, obras, repechos...

Un grupo del club Pueblo Nuevo llegó en ese momento a la gasolinera, y nos dio por comentar entre nosotros que teníamos que llegar a Algete antes que ellos. Nada más salir de Pozo pinchó Josu, lo que nos hizo retrasarnos, pero todavía íbamos delante de ellos. Al cruzar Alcalá de Henares el cielo empezaba a oscurecerse por las nubes. Algunos encendimos las luces. La policía nos obligó a desviarnos por un camino de tierra debido a un accidente y obras en el camino principal. En los repechos hacia Cobeña pinchó Javier. A lo lejos, por una carretera paralela, alcanzamos a ver una fila de luciérnagas que avanzaba en nuestra misma dirección, pero por otra carretera. Eran los del Pueblo Nuevo. Javi reparó rápido el pinchazo y comenzamos nuestra contrarreloj por equipos. Mi GPS se quedó sin pilas a falta de 5 kilómetros y mi lámpara también se quedó sin batería en ese momento. Estaba claro que querían terminar. No era cuestión de ponerse a cambiar pilas en ese momento. Hicimos un último esfuerzo, en el que vi a Agus salir como una exhalación para culminar el último repecho y bajar triunfante hacia el polideportivo. Al final llegamos a Algete unos minutos por delante de los de Pueblo Nuevo, que eran totalmente ajenos a nuestras elucubraciones.

Después de estar casi 24 horas en la bici las sensaciones son contradictorias. Satisfacción por el reto conseguido, pero dudas sobre si merece la pena el sacrificio...

Los siete locos que terminamos esta etapa fuimos Eduardo, Antonio, Buje, Josu, Javier, Agustín y un servidor.
No hice muchas fotos, pero algunas sirven de testimonio pese a su mala calidad (las hice con el teléfono móvil).
Todas las fotos pueden verse aquí (gracias a Agustín que me ha prestado las dos en las que salgo yo):


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